Los procesos cerebrales que se desencadenan respecto de la observación de un objeto nos llevan a tratar de investigar la complejidad que enfrentamos cuando abordamos algo de lo que pasa en nuestros cerebros.
*Por Nicolás Luis Fabiani
Ni tanto ni tan poco. La humanidad lleva siglos reflexionando acerca de la belleza. Si partimos de los griegos se impone mencionar a Platón, figura destacada. De ahí en más, estableciendo a Grecia como punto de partida, el mundo occidental ha argumentado en torno al tema de la belleza y de lo bello sin llegar más que a consensos y convenciones contextualizadas para cada cultura y época.
Las artes, artesanías, modas y diseños nos han propuesto una enorme variedad de opciones a lo largo de los siglos. No obstante, ante la pregunta “es bello”, o la expresión “¡qué belleza!”, seguimos aún hoy enfrentados al dilema “es o no cierto”, “tiene o no tiene razón”; o, si nos ponemos exigentes, “dígame cómo fundamenta su opinión”.
Se ha dicho “vemos con nuestro cerebro”. Esto desafía nuestra convicción de que vemos con nuestros ojos. Tal desafío proviene de las neurociencias que han puesto no hace mucho más que unas décadas, en entre dicho nuestra creencia, apoyada en nuestro sentido común, que por siglos afirmó la importancia de nuestros ojos.
Lo “neuro” se ha puesto de moda. Pero muchas veces se olvida que neuro sí, pero ciencia, o sea neurociencia. Y la ciencia es algo serio: la epistemología (la rama de la filosofía que estudia el conocimiento científico) da cuenta de la seriedad con que hay que tomarla. ¡También lo “cuántico” está de moda! Si el lector adhiere a esa moda le sugiero que comience por la física cuántica antes de abrir siquiera la boca al respecto.
Pero volvamos a la neurociencia. Llegó la hora a la neuroestética y la Estética, que tanto se había empeñado en discernir qué era lo bello, cuándo había belleza, tuvo que abrir sus puertas al nuevo enfoque que le proponía, como objeto de estudio, no una obra de arte o el rostro de una actriz o un actor, sino ¡el cerebro! Confieso que en los últimos años en que estuve al frente de la cátedra de Estética (en la carrera de Filosofía) no tuve mucho éxito tratando de interesar a los alumnos en esta nueva orientación.
Como muchas modas, la neuroestética invadió, sin misericordia, el campo tradicional de la Estética. A veces uno tenía la impresión de que algunos estaban en la búsqueda de una neurona que respondiera “esto es bello”, ante una obra de arte, por ejemplo. Obviamente hay abusos o, muchas veces, la pretensión de estar en la cresta de la ola: “Yo me ocupo de neuroestética, ¿viste?” (gesto de asombro del interlocutor, o alguna expresión acorde).
La neuroestética llegó para tomarla en serio. Los procesos cerebrales que se desencadenan respecto de la observación de un objeto (sea o no bello, porque también lo feo desencadena procesos) nos llevan a tratar de investigar la complejidad que enfrentamos cuando abordamos algo de lo que pasa en nuestros cerebros, algo sin duda apasionante e inmenso (es mi opinión, pero los invito a corroborarla).
Pero, si de complejidad hablamos, que haya llegado la neuroestética no significa que tengamos que tirar por la borda todo cuanto, a través varios siglos (no tantos si consideramos que el filósofo Baumgarten escribió sobre aisthesis, de donde surgió estética, a mediados del siglo XVIII) se reflexionó acerca de lo bello (y lo feo); tantas y tantas obras de arte que se destacaron por su “belleza”, tantas personas de las que nos enamoramos porque eran bellas, etc., etc. Quiero decir, todas estas cuestiones están inmersas en algo que denominamos culturas, culturas que contienen los consensos y las convenciones en las que nos hemos basado como pautas para considerar que tal o cual cosa era “bella” (o “fea”, o “ni”). Todo esto, que está “fuera” de nuestros cerebros, interactúa con ellos, y estos procesan estas “informaciones”. Menudo trabajo.
¿Qué surge de todo esto? Que debemos abordar una enorme complejidad. ¿Qué surge de esta complejidad?: ¡qué poco sabemos, cuánto nos falta investigar!
*Ejerció la docencia de las cátedras de Estética y de El arte en la Cultura. Director del GIE (Grupo de Investigaciones Estéticas).